la pared; la puerta; la copa de la acacia; el cielo; el cielo de julio;
la sombra de tus manos en la pared; algún fruto; alguna piel;
algún pedazo de madera, de piedra”.
En este paisaje cada vez más desnudo, más intenso y
enigmático, encontramos elementos que ya habían aparecido en
Pedregal pero que consolidan su presencia en Erosión,
aumentando su carga metafórica: los pasos, los charcos, los
muros, los trenes o las tapias. Las isotopías semánticas que
caracterizan el universo simoniano transforman estos elementos
en símbolos, convirtiéndolos en las imágenes emblemáticas de
su estilo. La conexión entre los poemarios se percibe por la
presencia continuada de términos referidos a una “naturaleza-
paisaje” recurrente: charcos, nubes, almendros, corrales, piedras,
tapias, muros, soles, hierba, vientos, camino, cantos, vidrios,
hojas, tierra, paredes, puertas, cielo, rambla, agua, grillo,
veredas, lomas, olivos, noche, canto, ave, brisa, brazos, matas,
flores, patios, balsas, rosas, mar, río, cañones, remansos, hoces,
sombra, noche, fruto, piedra, muralla. Sin embargo, llama la
atención una innovación respecto a la producción anterior: las
tímidas referencias a un paisaje urbano -“pisos, avenida,
apartamentos”- que, hasta el momento, no había aparecido en su
lírica y que, en las entregas siguientes, adquirirá mayor
relevancia en la representación del universo simoniano.
En el paisaje mítico, unido estrechamente a la memoria
del tiempo de la niñez, tiene una gran importancia la presencia
de los trenes. En este paisaje simbólico se rememora
continuamente la referencia al tren como elemento que atraviesa
de forma veloz el tiempo y el espacio, permitiendo el enlace
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