Germán Bula Caraballo. Ecología profunda y ciudadanía global
contradictoria en el seno del movimiento (14). Tendría que construir una identidad global amplia y flexible.
Diversidad y cohesión son variables en tensión; pero es posible, con habilidad, maximizar ambas: lo prueba
la diversidad cohesionada de un ecosistema de clímax, o de una fuga de Bach (Bula, 2010a).
3. El problema de una identidad global
Por muy globales que sean nuestros problemas más importantes, seguimos siendo seres locales y parroquianos,
y también lo son nuestros problemas más urgentes. El estado nacional, como señala Sloterdijk (2007, pp. 180
ss.), es una estructura de inmunidad psicológica a un tiempo imaginaria y real: si bien no es necesario que la
identidad esté ligada al territorio, y que éste es históricamente una creación, no obstante compartimos con
nuestros co-nacionales una hermenéutica nacional. Los habitantes de los Llanos Orientales colombianos y los
Llanos Occidentales venezolanos tienen mucho más en común, entre sí, cultural, social y económicamente,
de lo que los primeros tienen en común con los bogotanos, o los segundos con los caraqueños. Inclusive
los hermanan problemas, como la aosa en su ganado. Pero los llaneros de este lado celebraron el 5-0 de
Colombia a Argentina y se lamentaron de ver a Omaira hundirse tras la tragedia de Armero; y los del otro
lado se enorgullecen de los héroes del 41, que ganaron la copa mundial de béisbol en Cuba; y lloraron con la
tragedia de Vargas, cuando las lluvias causaron derrumbes que cobraron varios miles de víctimas.
Los mismos movimientos sociales tienden a basarse en la homogeneidad de una identidad compartida, cuya
reivindicación a menudo motiva la acción (Kriegman, 2006, p. 9): es el caso de los movimientos indigenistas,
o del movimiento LGBTQ (y lo ejemplifica la progresiva adición de letras que han sufrido las siglas). Esta
política de la identidad tiende a causar fragmentación en los movimientos sociales que, además, temen al
unanimismo ideológico y el liderazgo autoritario que mostró el comunismo en el siglo XX.
En un discurso ante las Naciones Unidas en 1987, Ronald Reagan sugirió que la unión entre naciones se
conseguiría si el planeta se viera atacado por una fuerza extraterrestre (Koenig, 2013). La historia muestra,
en efecto, que un enemigo común puede crear una identidad común entre gentes diversas: es el caso de las
diversas polis griegas en su enfrentamiento con el imperio persa (Kriegman, 2006, p. 7). Beck (2009, p. 5)
señala que, a través de los medios de comunicación, ciertas tragedias son vividas como eventos globales que
despiertan cierta solidaridad cosmopolita (el tsunami del sureste asiático, los atentados del 11 de septiembre
de 2011, el desastre nuclear en Japón). Ahora bien, una identidad basada en un enemigo común dura mientras
dure el enemigo; y la conciencia y empatía global que generan los desastres mediatizados es, de entrada,
bien superficial, y tiende a disiparse en cuanto los medios se enfocan en otra cosa. Una verdadera identidad
cosmopolita que fundamente un movimiento capaz de contribuir a transformaciones de fondo a nivel global
no puede basarse en crisis puntuales que despiertan emociones reactivas. Como mostraremos más adelante,
el tipo de identidad cosmopolita que sustente la ciudadanía global tendría que ver con una ampliación del
Yo, como propone la ecología profunda.
Hay antecedentes históricos de una ampliación profunda y permanente de la identidad individual: en
efecto, con la creación de los estados nacionales se crearon identidades nacionales (con sus relatos, símbolos y
místicas) a partir de unidades geográficas y culturales más pequeñas (Kriegman, 2006, p. 7), no sin resistencia
por parte de éstas, en un esfuerzo por proteger su identidad. España y su identidad nacional fueron una
creación deliberada; aún en la dictadura de Franco estaba prohibido el uso del catalán en la vida pública
(Gulstad-Kristiansen, 2015, p. 17).
Cabe distinguir, con Kriegman (2006, p. 6), entre las comunidades institucionales a las que pertenecemos
por razones políticas y contractuales, y las comunidades imaginadas, a menudo implícitas, a las que
pertenecemos por lazos efectivos de intercambios simbólicos y materiales. En este sentido cabe anotar que
mientras la identidad nacional está referida a los bordes arbitrarios del estado nacional, la identidad global
está basada en bordes reales (7-8): es un hecho físico, no político, que compartimos la misma atmósfera. En
este sentido, la identidad global se parecería más a la identificación que tenemos con una región, con nuestra
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